lunes, 27 de mayo de 2013

"Fuertes y unidas para soportar las crisis"

Entrevista Romina Paula & Pilar Gamboa, por: Tiempo Argentino 

Siete años atrás, integraban una compañía de culto en el teatro independiente. Ahora estrenan en  el Teatro San  Martín. 


Les pasó todo lo peor que les podía pasar. Eso dice 

Romina Paula –actriz, directora y autora– sobre las 

dificultades que su grupo de teatro tuvo que atravesar para 

llegar a estrenar Fauna, hace una semana, en el Centro 

Cultural San Martín.

La historia de El Silencio, su compañía de teatro, comenzó así: en 2006, cinco amigos y artistas se juntaron a ensayar en una terraza de Boedo. No tenían proyecciones ni expectativas exitistas, sólo una necesidad vital de hacer algo para expresarse. Pero cuando lograron estrenar, sus obras trascendieron el "boca en boca", se volvieron artistas de culto para el ambiente del teatro independiente y, en poco tiempo, ocuparon las grillas de los mejores festivales internacionales. A ellos, el éxito y el prestigio, no les alcanzó: el año pasado estaban sin sala, sin plata para producir su espectáculo y, lo peor de todo, con un compañero menos en el equipo.  
Tan bien les había ido en el último espectáculo, que Romina pudo publicar sus obras de teatro y sus novelas, y el talento de Pilar llegó a los oídos de Adrián Suar, que fue a verla al teatro y la convocó para actuar en televisión. Pero 2012 las volvió a encontrar con la incertidumbre de los artistas independientes, buscando un espacio donde presentar Fauna, un espectáculo que les llevó más de un año de ensayos. El grupo, integrado originalmente por Romina Paula, Pilar Gamboa, Esteban Bigliardi, Esteban Lamothe y Matías Sendón, estrenó dos obras: Algo de ruido hace (2007) y El tiempo todo entero (2010). Con el paso del tiempo, el grupo sufrió pérdidas e incorporaciones, pero la última –cuando se fue el actor Esteban Lamothe (reconocido por protagonizar la película El estudiante)– puso en peligro todo el proyecto.
"En un momento se consideró que no se iba a hacer la obra, porque sin él no se podía. Habíamos estado tres meses ensayando con él. Fue una situación de mucha crisis", cuenta Romina, directa y honesta.  Lamothe fue remplazado por el actor Rafael Ferro. "Rafael está haciendo un trabajo increíble. Por suerte, uno nos dejó, pero otro nos quiso. Ahí pensamos: ‘Nos vamos a quedar aferrados al que te quiso o vamos a abrazar al que te quiere", dice Romina, y no puede evitar convertir todo ese proceso de escribir, dirigir y estrenar en una metáfora del amor. Completan el elenco Esteba Bigliardi y Susana Pampín.
Pero tuvieron más problemas: la obra debería haberse estrenado en octubre del año pasado en el Tacec, de La Plata, pero a último momento no tuvieron financiación. "Fue otra crisis para nosotros, porque habíamos puesto toda la energía para hacerlo ahí. No habíamos pedido ningún subsidio. Nosotros producimos con el tiempo, pero no con el dinero. Necesitábamos apoyo. Fue muy loco el proceso: veníamos de hacer una gira por París con El tiempo todo entero y teníamos a 30 franceses que querían venir a ver Fauna, pero nosotros no teníamos teatro ni plata", cuenta Pilar Gamboa.
"Hay que mantenerse muy fuerte y muy unido como grupo para soportar esas crisis. Hay algo del trabajo artístico y de investigación, que por suerte sigue ganando, a pesar de la falta de dinero y de muchas otras cosas. Suena un poco romántico, pero hay algo que espiritualmente sucede en nuestro grupo de teatro y que es muy difícil de explicar. Es como el amor, cuando las cosas pasan, pasan", dice Pilar. En esta charla, actriz y directora reconstruyen su pasado y cómo fue la historia de un grupo de teatro independiente que salió al mundo. 
–¿Qué piensan que los distingue como grupo de teatro independiente?
Pilar Gamboa: –Hay algo del proceso creativo, de laboratorio, de experimentación, con un texto escrito por Romina especialmente para nosotros, que nos funciona muy bien. Tenemos trabajos creativos de investigación, que están al servicio de lo que uno puede hacer como actor o no, de ingresar a zonas donde uno no se conoce todavía. En realidad, cuando te  llaman para hacer otros laburos, lo hacen por una especie de tendencia que uno tiene. Dicen: "Ella es fresca, le sale bien eso, la pongo en eso." Y acá, eso no se hace para nada.
–¿Por qué creen que tuvieron tanta repercusión las obras de la compañía?
PG: –Nosotros nos conocimos todos estudiando juntos, en talleres de Ricardo Bartís y de Alejandro Catalán. No podemos decir que irrumpimos, decir cosas así suena medio pedorro, pero sí podemos decir que somos gente que nos juntamos a trabajar y que la ‘flasheamos’ entrenando, ensayando. Y con mucha seguridad y verdad sobre lo que hacíamos. 
Romina Paula: –Cuando  empezamos a hacer teatro, no iba tanta gente al teatro independiente, esa es la verdad. Era una época en la que si tenías quince personas de público era una buena función. El teatro independiente era consumido por la misma gente de teatro. A la función venían a verte tus compañeros y tu familia, nadie más. Ahora hay que llamar y reservar para ver una obra. Eso antes no existía. Les hacías un favor a los actores si ibas al teatro.
–¿Esa situación cómo las marcó?
RP:– Por ese contexto, no teníamos ni una carga de responsabilidad ni tampoco especulativa. Nadie buscaba éxito, ni prestigio, ni ninguna de esas cosas que me parece que ahora se buscan. El prestigio sí, lo tenía Bartís (reconocido autor y director de teatro), pero era un caso particular. Nosotros veníamos de una época donde empezaron a aumentar las escuelas de teatro y la dramaturgia del actor. Creo que eso fue lo que nos salvó a nosotros, trabajar con tan poca especulación sobre lo que nos podía llegar a pasar como grupo, justamente porque no había público. Después, empezó a pasar, por alguna razón, que el teatro independiente se hizo atractivo para un público mayor. Creo que en eso influyó mucho Timbre 4 (la sala del autor y director Claudio Tolcachir), porque el Sportivo Teatral (la sala de Bartís) tenía algo de público vinculado a una élite intelectual, pero Timbre 4 tuvo un perfil más popular. Me acuerdo el estreno de La omisión de la familia Coleman (la primera obra de Tolcachir), donde veías a señoras de tapado flasheando porque se metían en una sala de Boedo y caminaban por un pasillito. No podían creer que se hiciera teatro en una habitación. Obviamente, Bartís lo hacía hace 1000 años, pero no iban a su sala. Ahora, quienes tienen  diez años menos que nosotros, les veo como cierta presión de "mirá si la pegamos con esta obra", cuando antes no existía pegarla con una obra. 
–¿Qué las motivó para empezar a crear?
PG: –Nosotros ensayamos Algo de ruido hace en una terraza de Boedo, sin pensar en ningún espectador. Teníamos una necesidad de hacer, algo vital, de generar, de no esperar el llamado de nadie, queríamos hacer, hacer, hacer. Y en esa verborragia surgen cosas muy interesantes. Yo ahora lo pienso y digo: "¡qué loco!" Teníamos un nivel de profesionalismo enorme. Suspender un ensayo es una cosa muy grave. Y si se suspende, ¿cuándo se recupera?, como si todos tuviéramos a fin de mes un sueldo. Nos juntamos cuatro personas con muchas ganas de generar un universo, sin pensarlo en el momento a priori.
–¿Piensan mucho en la respuesta del público?
PG: –Sí, pensamos mucho. Porque si hay algo que la gente no compra nada, es porque nosotros estamos haciendo algo mal. 
RP: –El público es muy inteligente. Acá, si hay una mala función, no se cuenta la obra.
PG: –Pero cuando sucede esa magia, de golpe todo empieza a encajar. Ojalá pudiéramos cortar la función cuando hay algo que no fluye. Nos gustaría poder decirle a la gente "terminemos con este malentendido, esto que no está pasando. Nos vamos todos a tomar una birra a Pippo". 
–¿Intentan llegar a la verdad como grupo artístico?
RP: –Nosotros como grupo hablamos mucho de la verdad. Ahora siento que esa palabra me da más miedo  y vergüenza, no sé por qué. Pienso más en torno a la idea de "estar", estar ahí.  
PG: –Yo sí pienso mucho en la idea de la verdad. Me parece que en ese "estar ahí", uno encuentra una verdad que es desoladora. Creo que es una de las cosas más difíciles que se puede lograr. 

lunes, 13 de mayo de 2013

FAUNA

La nueva obra de Romina Paula: 
Se estrena en el Centro Cultural de San Martin 
Dirección: Sarmiento 1551.

Valor de entrada: $60 -  Jueves - $40
Funciones: De Jueves a Sábados a las 21:00 hs. Domingos a las 19:00 hs. 


FAUNA: Un director de cine y una actriz van al litoral a investigar el mito de Fauna, una suerte de amazona, una mujer culta y salvaje, para hacer una película sobre ella.
Ahí sus hijos, María Luisa y Santos, se encargarán de acercarles la figura de su madre para que puedan desarrollar su proyecto.
Entonces los 4 personajes ensayan escenas para la película y discuten acerca de qué sería representable y acerca de la veracidad de las historias, y la importancia o no de esa verdad. Los personajes se van descascarando, como si esa exposición a la ficción, en lugar de protegerlos, los expusiera. 


domingo, 24 de marzo de 2013

Magazine - Fuaga

Revista Nº 201.
Enero 2013 
Fotografia: Sole Allami
Texto: Daniela Casaretto
Agradecimiento:  Musetta Caffé 

Pilar es una aventurera… niña exploradora, incursiona en cine, aunque, de momento, la tele la tenga un tanto secuestrada: de Vestir santos, a Los Únicos y, de ahí, hoy, a Tiempos Compulsivos, unitario de Polka, escrito por Javier Daulte.

Hiperconsumista cultural: cine, música, teatro, mucha, mucha literatura y multigénero de norte a sur; ésta es una chica ecléctica. ¿Y qué más? Fan número uno de sus amigos, “¿muy berreta decirlo? ¡Es verdad!”.
 Pilar es risueña, sonriente, sencilla, histriónica, divertida. Y ahora… 
¿Un defecto? “Cuando me pongo triste, ¡soy re triste! Lo que pasa es que tengo miles de defectos: soy muy impuntual, me cebo y no escucho, soy egocéntrica… Bueno, ¡basta!”. 
¿El amor? ¡Re bien! Ni hablar… 
¿Una virtud? “Que soy sincera… (Risas). Odio a la gente que dice eso... Virtud, virtud… Mmm… Soy una persona muy alegre”, y doy fe… ¡eso es cierto!

“Yo en realidad soy recontra actriz, así llegué a la tele, a través del teatro off, teatro total. Ni bien terminé la secundaria, hice el ingreso al conservatorio de arte dramático… no entré, no me aceptaron y me deprimí un montón”.


¿Entonces?
Primero pensé en ser médica, también psiquiatra… de hecho empecé a hacer el CPI de medicina. Entré, pero no me gustó. En el medio, me anoté en el Rojas y ahí conocí a mi primer maestro, Cristian Drut. Después me formé con Ricardo Bartís y Alejandro Catalán. Fueron mis tres docentes totales. Siguen la misma línea, fomentan el trabajo grupal, ‘la dramaturgia colectiva’: una obra de teatro puede suceder en cualquier parte, es casi un acto de fe. 
¿Qué te dejaron esas clases?
Dos grupos de teatro con los que vengo laburando desde hace mucho tiempo. Uno es Piel de lava, el otro, Compañía del silencio. Ahí, con Romina Paula, una de las artistas más grosas de la escena contemporánea, armamos El tiempo todo entero, con la que nos vamos de gira este verano, ¡a Francia!
¿Cómo saltás del under al prime time?
Yo ni lo tenía programado. Sentí que estaba bueno probar y ver qué onda… por la plata, por un lado, pero por la experiencia también. Hay mucho de eso de que ‘perdés calidad artística por estar en la tele’… 
Como que te vendiste…
Sí, puro prejuicio. El productor ejecutivo de Polka, Diego Andrasnik, me vio en el teatro y me llamó para interpretar a la novia de Celeste Cid, en Para vestir santos. Al toque, me ofrecieron la tira…Y en el momento sí se me armó un cierto conflicto…
El cuco de perder prestigio…
Soy muy curiosa, me ganó la curiosidad y no me arrepiento, aprendí un montón.  No sabía trabajar con cámaras, ¡festejo mis logros! Festejo yo, festejan mis compañeros, festeja todo el mundo, ¡está buenísimo! 
¿No te limita para actuar?
Todavía hoy siento que me falta aprender mucho. En el unitario, trabajo con tremendas bestias: Gloria Carrá, Rodrigo De la Serna, Guillermo Arengo, Fernán Mirás, Paola Krum… Ellos sienten la cámara, la intuyen; la tele es el terreno en el que se movieron siempre, tienen incorporado el oficio. Yo les pregunto todo, todavía me falta para sentirme pez en el agua… Lo mío es el teatro.
Se lee por ahí… “Pilar Gamboa, una actriz que emociona, sensible, carismática. Una promesa hecha realidad”.  ¿Realidad o ficción?
Es medio filosófico ésto de cómo es uno… difícil definirme... pero ahora que ya tengo 32…
¡Uh! Sonó muy “pre-jubilada”… 
¡Nooo! Me siento re pendeja igual, ¡eh! También sé que tengo un alma joven… ¡Uh!, no vayas a poner eso del alma joven, imaginate: “Teeengooo uuun almaaaa jooooveeeen” (voz fantasmagórica). ¡Me deprime mucho! (Risas).
¿Cómo decir? Soy una persona que quiero todo… Y a medida que vas creciendo se te va borrando el abanico de las opciones… ya hay ciertas cosas que sabés que no tenés ganas y listo. Cuando tenía 23 años quería actuar, quería tener una banda, quería mil cosas… Supongo que pasa por la adultez. 
“¡Otra vez la jubilada!”.  No, en serio… te vas definiendo… 
¡Totalmente! Y te hablo en general: en el amor, en la profesión… uno descubre mucho más rápido en donde se siente identificado. El objetivo está en llegar al lugar en donde uno es uno… y no tener que estar careteando cosas que uno no es… No es nada fácil… Llegar a ser uno mismo en todos los lugares en los que uno se mueve.
 Aparte, la horrible sensación de dejar algo afuera…
La desesperación de elegir una cosa y sentir que dejás afuera otras 150.000 que ni idea... Yo soy una persona muy ansiosa, pero, con el tiempo, me bajé mucho de eso. Ahora empiezo a estar en los lugares, ¡estar! Es todo un objetivo... y sí, ¡soy sensible! ¡Eso tampoco lo pongas! (Risas)… y tengo algo aniñado. 
¡Se nota! 
Tiene que ver con lo que hago, la vida que elijo, los amigos que tengo y de lo que estoy viviendo. Yo trabajé muchos años en otras cosas, en laburos más formales, cosas que no te gustan pero las hacés por la plata... Y esto tiene algo de aventurero, acá no hay rutina, no sabés lo que te va a pasar el año que viene. Eso tiene su lado desesperante (por lo económico) pero, a la vez, estás siempre en el salto, la adrenalina, está buenísimo. La actuación te permite jugar, tiene algo muy mágico para mí. Actuando entrás en la zona de ser otro y en realidad sos vos… 
¿Entrás psicológicamente en el mundo de ese otro? 
¿Al punto de que termine la función y me tarde en salir de personaje? No, pero creo que hay casos que sí. De dónde se agarra un actor para actuar es un mundo, tan profundo como la mente de cada uno… Y no hay una cosa mejor que la otra, si alguien piensa en la abuela muerta para llorar y llora, es válido. Es divertidísimo actuar, aunque sea una tragedia… hacerle sentir algo al otro, es un poco perverso también.   
¿Qué te hace buena en lo tuyo?
¿Soy buena? 
Eso creemos (Risas). 
Trato de estar presente. La actuación tiene algo muy tremendo que es que vos ya sabés lo que va a pasar. No es como la vida, no te sorprende. Sabés todo pero tenés que hacer como si no lo supieras, vivir como si fuera por primera vez a pesar de las 100 funciones de lo mismo. El desafío es generar algo en el espectador y para eso hay que dejarse afectar por lo que el otro propone. Al trabajar con el otro más allá del guión, ahí se empieza a jugar una buena actuación. 
¿No es cansador hacer una y otra vez la misma función?
La verdad que el teatro tiene algo místico… aunque uno repita siempre lo mismo, el público es siempre otro... Algo se produce en las combinaciones de esos seres, y la obra termina haciendo un recorrido diferente, no hay dos iguales. Es como una relación de amor: uno está con la misma persona todos los días, pero no deja de sorprenderte. Cuando hay amor, ¿no? 
 Tú dirás… (Risas).  ¿Tenés muy presente al público mientras actuás?
No, igual sería una necia si te dijera que ‘nada’… porque uno siente a la gente. 
Yo siempre que voy al teatro tengo la fantasía de gritar… o de que alguien grita en el público… (Se oye un ‘grito/rugido’, -inevitable, risas-). Está todo tan vivo, es tan azaroso… El teatro es un acto de fe; los que miran tienen algo a priori: van a creer en lo que digo, no van a pensar: ‘ah, es una mentira’, porque sino no hay hecho artístico que se sostenga, hay un pacto desde el vamos. Esa casa no está en medio del río, estás en el Abasto mirando una obra, en cinco salís y te comés unas pizzas… Esa entrega es la comunicación, a veces se da, otras no; es medio azaroso y mágico…
¿Te pasó la de olvidarte la letra?
Soy bastante maquinola en eso, pero alguna vez me ha pasado. Nunca tuve de esas lagunas inzafables, blanco total por suerte jamás… es mi pesadilla. La de olvidarme tipo coágulo y la de no tener voz son mis dos pesadillas. No lo quiero ni pensar demasiado porque puede pasar… (Risas).
El poder de la mente… Cambio abrupto de tema: Del ‘off’ a lo masivo… ¿Cómo te llevás con la fama? 
No soy muy famosa, no es que voy por la calle y cada cinco segundos me dicen ‘¡eh! Fotoo’. Me da la sensación de que el boom es mientras estás en la tele, si desaparecés medio año, la gente ya se olvidó. Como todo, debe tener su lado bueno y su costado quemador… La tele entra ahí, al living de tu casa, la gente cena todas las noches con Mariano Martínez, con Nico Cabré o Luciano Castro y es como si creyera que le pertenecen, son como de la familia.
¿Te adaptaste al mundo de la farándula?
A mí me gusta actuar, me encanta lo que hago, soy una apasionada de la actuación. Los famosos son personas, como cualquiera, yo por suerte me crucé con gente muy buena onda, gente que tiene mucho oficio. Tampoco da entrar a trabajar a un lugar con prejuicios, porque para eso ni vayas. Nunca fui para nada cholula.  
¿Cómo vivís ese contraste entre lo under y lo masivo?
En tele entrás en una dinámica de trabajo quemante, trabajás muchas horas. Todo el mundo labura un montón, diez horas… Una tira es una locura, nadie tiene tiempo de ponerse a pensar, es más bien una gimnasia de la actuación, salís entrenadísimo, rápido y efectivo, resolver, resolver… A mí me interesa más lo que estamos haciendo en el unitario, donde hay tiempo para pensar. 
¿Qué es actuar para vos?
Comunicar, estar y ser muy conciente de que uno va a generar mucho en el que lo está mirando. Ser generoso en el dar; divertirse; y saber trabajar con los otros, en equipo. 
Nada de gol de arco a arco…
Exacto, me gusta el pase, me gusta el jueguito; no los actores que se re cortan, sino los que se dejan afectar por lo que hace el otro, en un ida vuelta. Es muy egocéntrica esta profesión, ¡y yo soy recontra egocéntrica! Tímida también pero ¡egocéntrica! Ésto es una lucha contra el ego: ‘Bueno… no todo pasa por mí, capaz que no…’ (Risas). 
¿Hija única?
No, una hermana; pero en mi familia todos me gasta: ‘¡Uh!, se dejó de hablar de ella dos minutos’.  Me gusta mucho trabajar en equipo, tengo dos grupos de teatro independiente y la verdad que cuesta un huevo sostenerlos en el tiempo sin cobrar un peso. 
Por amor al arte…
Para mí es un logro enorme estrenar mi cuarta obra con ‘Piel de Lava’ y mi tercera con ‘Compañía del Silencio’. Es algo espectacular, es la vida que quiero. Además, a los actores con los que laburo, los admiro muchísimo, me parecen unos actorazos. Yo aprendí a trabajar con el otro; es que actuar es eso, domar el ego. No me copa salir de una obra y sentir que alguno la descose. En las grandes películas, hasta el vuelo menor actúa como los dioses… ves al que barre en Mad Men y decís: ‘¡la rompió!’, tanto como Don Draper.
¿Actuás sola en casa frente al espejo?
NOOO. Hay una delgada línea entre la actuación y la locura. Las veces que trato de probar un texto sola en casa me asusto; parezco loca frente al espejo. Siempre le tuve miedo a la locura, ser psicótica…
¿De ahí las ganas de ser psiquiatra?
(Risas). Sé que no me va a pasar… pero uno nunca sabe. Sé que tengo una estructura mental que se la banca, pero el fantasma no muere.
Y lo de ser actriz, ¿se nace o se hace?
Las dos cosas, como para todo en la vida. Tenés una semilla que puede quedar ahí o aflorar. Es terrible pasarse la vida sin descubrir qué te gusta; no saberlo nunca: trabajar, ganar dinero, irte de vacaciones, y nunca saber qué es lo que te hace feliz. Yo ya no me imagino la vida sin actuar.
¿Cómo te nació la vocación?
Siempre me gustó mucho el cine, el teatro, la literatura. Mis viejos, copados, autodidactas de clase recontra media, son los dos personas muy ávidas de consumir cultura y nos llevaban mucho con ellos.  Después, cuando fui a mi primera clase de teatro a ver qué era, ya la flasheé de entrada; con Cristian, me divertí muchísimo. Ni siquiera sabía si iba a ser actriz o no y él me mandó a lo de Bartís. 
 ¿Nunca pasaste por un casting?
Por suerte, casi que no… pude recorrer por otros lados. La paso muy mal… me parece un espanto, muy violento. Es perverso el concepto… yo soy pésima actuando en un castings, me pongo súper nerviosa, me tiembla la pera, no sé qué decir, me olvido los textos y hago chistes estúpidos. Así que dejé de ir, me angustiaba. En un casting, se pierde la versatilidad del actor, su arte. No digo que esté mal hacerlo, a veces es por necesidad, pero creo que no está bien que a un actor se lo someta a venderse así. Yo no lo hacía porque no me daba el corazón.
Igual llegaste… ¿Hoy vivís de la actuación?
Desde hace cuatro años. Para mí es un montón pero, a la vez, es re poco si pensás que estoy trabajando desde los 18. Fue un gran salto renunciar al trabajo anterior para dedicarme sólo a la actuación. 
¿Qué hacías antes?
Hasta el 2006 laburé en un Serviclub de YPF. Durante un tiempo, hice muebles con una técnica llamada decoupage; también daba clases de teatro en una escuela. 
Imagino tu casa a todo color… 
Ahora tuve que bajarla un poco, era mucha información… 
¿Hay alguna otra curiosidad pendiente? 
Me gustaría estudiar botánica, me gustan las plantas… y lo haré en algún momento.
 En ‘Tiempos compulsivos’… ¿como te sentís con tu personaje?  
Me inspira. Es re diferente a mí. Es una chica re oscurita, muy mala onda, muy ortiva. Me encanta el personaje y su enfermedad, una persona que se autoflagela, se corta para alivianar el dolor que siente. Sofía es muy pragmática, nada que ver conmigo, yo soy pura duda, grises. Para ella, las cosas son o no son. Todos encarnamos gente muy oscura, muy sola. Nadie conecta demasiado con eso porque es muy fuerte. El personaje de Gloria Carrá, por ejemplo, tiene personalidades múltiples, una enfermedad que debe ser muy agotadora para el que la padece. La locura es agotadora: no poder estar en el mundo “normal”, sentir que la realidad te expulsa, que no podés vivir esta realidad, que necesitás armarte otra paralela. Si ya es agotador lidiar con una, imaginate con otra, otra y otra… 
¿Cuáles son tus proyectos a futuro?
Estrenar Fauna. Estoy re cebada con la obra, tengo muchas ganas de largarla a la cancha; sale en mayo. Y estrenar la otra obra con Piel de Lava. El año que viene voy a hacer teatro, con la tele termino en diciembre. También estoy filmando una película con Mariano Llinás: La Flor.
Una vez dijiste: “Todo es tan efímero que mañana podría caerse todo a pedazos”. ¿Todavía lo crees?
Todo puede venirse abajo en cualquier momento, pero hoy siento que las cosas son más estables, no creo que sean tan efímeras. 
Igual vivo la vida intensamente por las dudas… Uno nunca sabe… 
Si la nota sale publicada, los mayas se equivocaron. (Risas). 
¿Hay algún momento especial que rescates de tu trayectoria?
Cuando salí a actuar por primera vez en Bruselas, en un festival, hace dos años… sentí la vida perfecta, pensé: ‘¡qué lindo ésto que me está pasando!’. Nunca en la vida había imaginado que iba a conocer el mundo. Esa gira me movió mucho, recién me separaba de un novio que había tenido durante mucho tiempo, así que estaba en carne viva, muy triste. Había sido una relación re linda, larga, de mucho amor, y cuando se terminó quedé medio enclenque. Estaba muy sensible.  
Cada una de las obras que hice en teatro siempre significó un momento bisagra. Me da la sensación de que cuando estrenás una obra, no la entendés todavía. Cuando vas al teatro, te deberían dar otra entrada para que vuelvas al mes. 
¿Qué tan crítica sos de tu actuación cuando te ves?
No me miro casi, no me gusta. Me cuesta un montón verme. Ahora que estoy un poco más grande (¡pero no tanto!), entiendo que está bueno verse, aprender de lo que uno hace. Recién ahora me estoy mirando y lo sufro, me parece que tengo una voz rarísima.     
¿Una obsesión?
No soy muy obsesiva… Tengo pequeñas manías… 
¿Por ejemplo?
Bueno, cuando tengo un mal pensamiento hago un gesto, para sacármelo de la cabeza… si no lo hago, siento que eso malo que estoy pensando va a suceder, ¡esté donde esté! Y bueno, ¿no tenía miedo de volverme loca? (Risas). 




viernes, 5 de octubre de 2012

Pagina 12 - RADAR

                                    EN EL FONDO
Por: Pilar Gamboa
Fecha: Domingo, 24 de Julio 2011

PILAR GAMBOA & RUSHMORE, DE WES ANDERSON
El personaje de Max Fisher marcó un gran momento en mi vida. Jason Schwartzman me conmueve con su actuación y su dupla con Bill Murray en Rushmore me parece una de las mejores cosas que ha logrado Wes Anderson en sus películas.

Hago un pantallazo general en la trama: Max Fisher es un adolescente bastante excéntrico, hijo de un peluquero, interpretado por Seymour Cassel (el increíble actor de todas aquellas películas de Cassavetes que también me volvieron loca, como Shadows, Faces y Opening Night). Max consigue una beca de estudios en esta escuela prestigiosa y elitista, de nombre Rushmore. El colegio se vuelve para él un lugar de pertenencia, un lugar que representa todo aquello que él no es, pero que sí quiere ser. Allí, con su carisma desorbitante, arma una cantidad de actividades extracurriculares que lo hacen perder el camino de lo estrictamente académico. De hecho, le va bastante mal; pero lo conoce a Herman Blume (Bill Murray), millonario con dos hijos gemelos y estúpidos y una esposa de la que sabremos poco y nada, sólo que le quema la cabeza, como todo lo que lo rodea.

Max y Blume se hacen amigos. Tanto, que hasta se enamoran de la misma mujer, Rosemary Cross, una maestra jardinera de la escuela. Entonces comienza una guerra entre ellos, y las escenas de disputa y de venganza son de un nivel de belleza increíble.

La película suele estar catalogada como “comedia”, pero lo que ocurre con el humor de Wes Anderson es que traspasa un poco el género y por momentos hay algo que sucede en los planos, en las actuaciones y en la música, que conmueve. Debe tener que ver con algo que alguna vez leí sobre la música en las películas de Anderson: que son su “cuarta pared”. Yo estoy de acuerdo: ¿recuerdan a Seu Jorge versionando a Bowie en La vida acuática? ¡Qué belleza! Bueno, en Rushmore hay de todo: The Kinks, Cat Stevens, The Faces, The Who y John Lennon. Una imagen de una belleza desoladora y un tema de The Who de fondo. Y a la vez las actuaciones de estos dos actores, que para mí son algo de otro mundo. Son actores que con el mínimo gesto logran la máxima expresión de sensibilidad. Y no son actuaciones precisamente “lavadas”, como se les dice en la jerga teatral, sino que son más bien actores cargados de intensidad, que están contando algo. La economía de recursos y la sutileza de los actores de Wes Anderson a mí particularmente me destruyen.

Mi escena favorita es una que no tiene palabras. Bill Murray en su mansión festeja el cumpleaños de estos hijos medio siomes que tiene. Está toda la familia y también hay niños amigos. El día está nublado. Se lo ve a él observando todo con esa cara de Bill Murray que me obsesiona, esa cara devastada, poceada como de viruela, que no sé qué tiene exactamente, pero que me fascina. Ahí está él, en un traje de baño rojo con la inscripción de Budweiser. En la boca tiene un cigarrillo encendido y en la mano un vaso de whisky, y está tirando pelotas de golf a la pileta. Un niño pasa por adelante y lo mira, pero él está ensimismado. Cuando el niño se va, él lanza una pelotita de golf exactamente al lugar a donde un segundo antes estaba ese pibe, y uno piensa que le podría haber pegado. Después observa a su mujer coqueteando con un señor, llevándole una cucharada de algo a la boca. El se levanta de la reposera, el agua de la pileta es verde musgo y el cielo es gris plomo; todo es gris plomo, menos su traje de baño. Se dirige al trampolín y sube sin soltar ni el vaso de whisky ni el cigarrillo. Termina su trago en fondo blanco, mira a su alrededor y ve que todos lo miran; todos en esa casa ahora tienen la vista en alto mirándolo sólo a él. Entonces camina hasta la punta de la tabla, toma carrera y se tira de bomba. El plano que sigue es él abajo del agua y un niño que pasa nadando. Es nada más que eso y, sin embargo, es de una belleza tremenda. Es una escena en la que incluso cuando arranca uno podría reírse un poco, y a medida que va avanzando todo se empieza a poner extraño y melancólico y hasta un poco triste. Quizá por eso me gusta tanto. Porque muta, porque conmueve y porque todo tiene tanta verdad que logra dejar al espectador bajo el agua junto con Murray. Porque representa tan bien uno de esos momentos en los que lo único que puede salvarte es estar un rato bajo el agua, con ese silencio tan particular.

Pienso mucho en esa escena, en realidad en esa película; pienso en ella muy seguido. En la construcción de personajes obsesivos y llenos de ternura, personas que hacen de la obsesión un motor. Son personajes tan humanos que logran inquietarme, y de una cosa estoy segura: si yo hubiese ido a Rushmore y hubiese sido compañera de Max Fisher, habría estado perdidamente enamorada de él.


jueves, 2 de agosto de 2012

"El pasado es un animal grotesco"

La obra de teatro se presentara apartir de este sabado 4 de agosto en el Centro Cultural San Martin (Sala AB) La direccion es: Sarmiento 1551 - Reservas al 4374-1251/59 


Las funciones se van a dar de Jueves a Sabados 
a las 21:00 hs y los Domingos a las 20:00 - El costo de la entrada es de $50 , con excepción 
de los Jueves que sale $25  


Una historia que sigue girando


Fuente: "La Nacion" 
Por: Alejandro Cruz
Año: 2012 
Entrevista a Mariana Tirantte 


Hay un espectáculo que se llama El pasado es un animal grotesco . A la obra de Mariano Pensotti, uno de los directores y dramaturgos de mayor riesgo del panorama local, se la podría presentar de varias maneras.



Forma uno: para su estreno contó con un elencazo (Pilar Gamboa, Julieta Vallina, Javier Lorenzo y Juan Minujín). Comenzó a girar en 2010, fue un experiencia escénica bellísima. A juzgar por las críticas, recibió apreciaciones de similar tenor (y mucho más elocuentes si tomamos como ejemplo lo que dijo The New York Times) tanto en Buenos Aires como en 11 ciudades europeas, siete ciudades de América del Norte y dos ciudades brasileñas en las que se presentó. La historia de cuatro personas a lo largo de diez años ya fue vista por 25.000 personas y, el sábado, se repone en la sala AB del Centro Cultural San Martín.


Forma dos: es el espectáculo que, digamos, gira. El que está montado sobre una especie de calesita en constante rotación. Una calesita cuya plataforma tiene siete metros de diámetro y que está divida en cuatro espacios iguales en donde transcurren las 68 escenas.


La encargada de crear este complejo mecanismo es la escenógrafa y vestuarista Mariana Tirantte. En estos momentos, hay otros diez trabajos en cartel que llevan su firma, pero, ahora, en la sala AB, está abocada a pleno al (re)armado del disco giratorio en donde transcurre esta obra tan cinematográfica.


¿Cómo comenzó a girar toda esta historia? Del mismo modo que Pensotti y Tirantte armaron, por ejemplo, Marea e Interiores : charlando entre ellos porque, como en pocos montajes de la escena local, el dispositivo escénico es fundamental para el trabajo dramatúrgico, actoral y de puesta.


Para empezar a probar este complejo andamiaje, delimitaron en el piso de una sala de ensayo el espacio en donde debían transcurrir las 68 escenas. Estuvo bien, pero no se podía avanzar mucho. De hecho, nada giraba. Entonces, llegó la "calesita". Entonces, alquilaron una sala más grande para probar el dispositivo escenotécnico. Allí ya estaba el círculo giratorio. Hasta allí fueron llegando las paredes, la utilería, las pruebas, el error. Originalmente, el espectáculo iba a estrenarse en Bruselas, pero en el camino salió una coproducción del Complejo Teatral de Buenos Aires. Llegado el momento, se mudaron al Teatro Sarmiento (en donde estrenaron y, luego, repusieron).


Pero la ruta hasta el momento del estreno fue compleja. Mariana Tirantte tuvo que aprender a construir el plato giratorio (en verdad son dos), que lleva un motor y un motorreductor (algo complejo de explicar). Para tranquilidad de muchos, ella, al principio, tampoco entendía mucho. Debieron consultar a un ingeniero. Una tarde, terminaron en un taller de Soldati en donde le hicieron el sistema de alimentación eléctrico central que evita que los cables se vayan enredando. "Ni recuerdo cómo llegamos ahí, pero si no investigás todo te sale el triple", dice como un ama de casa.


Entonces, ya estaba: el plato, la obra, los cuatro actores, la mesa (las mesas, las sillas y la infinidad de elementos de utilería a probar). El tiempo de rotación del plato debía ser variable porque dependía tanto de la extensión de la escena como del proceso de montaje y desmontaje, que se realiza a escondidas del público. Tuvieron que poner un regulador de velocidad (de hecho, hay un guión de velocidad). A lo largo de los 110 minutos que dura la obra, el plato (o la calesita, como quieras) da 20 vueltas completas. En total, son 68 escenas. En el campo visual del espectador, cada escena dura de 60 a 120 segundos.


Cuando El pasado es un animal grotesco comenzó a girar por el mundo hubo que fabricar otras dos calesitas: una, made in Europa; otra, feito no Brasil. "Era mucha plata trasladar en barco 2500 kilos -cuenta Mariana-. La europea funciona bárbaro porque ya estábamos cancheros. La de acá es la que está más baqueteada." La de Europa ahora está en un depósito en las afueras de París ("es la misma que viajó solita en barco a la gira por Estados Unidos"). Esa calesita está bien guardada porque, todo así lo indica, el año próximo la rueda mágica de Pensotti hará temporada en la capital francesa. La de Brasil, construida en Río de Janeiro, está en Bahía.



En verdad, El pasado es un animal grotesco son dos obras. Una, la que ve el espectador. La otra, el detrás de escena. Mientras Pilar Gamboa, Javier Lorenzo, Santiago Gobernori y María Inés Sancerni (elenco actual) dan vida a los cuatro personajes, otros cuatro asistentes van sacando y poniendo los 110 elementos escenográficos y de utilería que se usan en las 68 escenas. Al principio, eran más objetos. "La síntesis tuvo que ver con depurar cada escena. Cuando te acordás de tu habitación de chiquito recordás una colcha, un póster o cosas así. Trabajamos en ese sentido. Cuanto más austera es la idea, cuenta más", explica una de las escenógrafas más talentosas de la actualidad.


La enumeración de elementos es larguísima: un sillón de dos plazas, varios cuadros, una cama, muchos manteles, un catre, muchísimos relojes, una biblioteca, cinco mesas, siete pares de sillas, un revólver, una fila de butacas de cine, y sigue la lista. Incluye, por ejemplo, una pata de dinosaurio ("la de Europa es espectacular y la de acá es de telgopor talladito a mano").


Para el proceso de armado y desarmado los actores no pueden ayudar porque están pendientes de los cambios de vestuario. Ordenar todos esos elementos es complejo. Por eso hicieron una foto de cada una de las escenas (justamente, la imagen que se ve en esta página). Si uno de los asistentes se pierde, ahí está esa especie de guión visual. Claro que mucho tiempo no tienen. Por ejemplo, para una secuencia que el público observa durante 60 segundos ellos tienen 20 segundos para desarmar, armar y enchufar.


Algunas escenas se las traen. La del recital, por ejemplo. Ahí deben instalar una batería, objeto que parece imposible de mover sin hacer ruido.


- ¿A quién se le ocurrió?


-A una persona que se llama Mariano Pensotti, que le gusta complicarme la vida. Yo lo quiero mucho, nos llevamos bárbaro; pero él es así... De todos modos, ese delirio de pasar de una escena de un suicidio en un subte a un recital es lo que enriquece el espectáculo.


En buena hora, pasado mañana este delirio vuelve a girar.

miércoles, 4 de julio de 2012

Vuelve "El Pasado..."

En Agosto vuelven las funciones de "El Pasado es un animal grotesco" en Buenos Aires. Primera función el 4/8.


De Jueves a Domingos en el Centro Cultural San Martín